Cecilia Bernardoni - Defiende Venezuela
Somos un equipo de defensores de derechos humanos dedicados a denunciar efectivamente ante el Sistema Interamericano las violaciones de derechos humanos cometidas en Venezuela.
Defiende Venezuela
16120
post-template-default,single,single-post,postid-16120,single-format-standard,bridge-core-2.6.0,qode-page-transition-enabled,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,qode-child-theme-ver-1.0.0,qode-theme-ver-24.5,qode-theme-bridge,disabled_footer_top,disabled_footer_bottom,wpb-js-composer js-comp-ver-6.5.0,vc_responsive

Cecilia Bernardoni

Antes de cumplir los 5 años, Carlitos lo había sufrido todo. Desde los dolores físicos hasta el rechazo de sus propios parientes. Entonces, en su vida apareció Cecilia Bernardoni, quien se convirtió en una especie de ángel de la guarda.

Entre finales de 1990 y principios de 1991, el Hospital Universitario de Maracaibo (HUM) se conmocionó. Había llegado el primer caso pediátrico con VIH positivo del Zulia, lo que desató una ola de discriminación.

—Fue un escándalo tan grande, que me dije: Dios mío, tengo que ayudar a esta criatura. Esa fue la lucecita que animó esta carrera —recuerda la odontóloga Cecilia, presidenta de la Fundación Innocens, que atiende a niños con VIH/SIDA.

Desde su nacimiento, Carlitos tuvo dos casas: la verdadera y un hospital.

—Tenía muchas diarreas y lo internaron en el Hospital General del Sur durante tres o cuatro meses. Luego salió con problemas neurológicos, pues no caminaba ni veía bien. Y después convulsionó
—cuenta Cecilia conmovida cada vez que habla del pequeño.

Ante el desconocimiento médico local sobre lo que ocurría con Carlitos, sus padres veinteañeros, un europeo y una marabina, resolvieron llevarlo al extranjero. Y desde afuera llegó el diagnóstico: era VIH positivo.

En aquella época el sida era calificado como “la lepra del siglo XXI”, y Carlitos fue juzgado por ello.

A su regreso, el niño, de 3 años, había sido remitido de la Sanidad al HUM, donde Cecilia daba clases en el recién inaugurado posgrado de odontopediatría y prácticas de Medicina Bucal.

—Cuando leí el informe, el corazón se me arrugó. Carlitos no tenía culpa de nada. Era un niño precioso, un angelito. La primera vez que lo vi, lo abracé y besé. Le di todo el cariño posible, porque sabía que eso era lo que necesitaba para que se abriera con nosotros.

Como el niño se dormía con el tetero, se le formaron caries, y no podía comer bien, así que Cecilia decidió seguir el procedimiento regular y someterlo a una cirugía. Pero aquello significó la demostración del estigma social.

En el hospital —rememora Cecilia— dijeron que se iban a infectar de sida, porque era el primer niño con sida que iba a pabellón.

En el área de Emergencia, donde iba a quedar internado el pequeño tras la cirugía, la madre tampoco podía estar junto a las otras.

La mamá tenía que orinar en un pote de leche porque no la dejaban usar el baño por temor a infectar a las demás. Algunas, de hecho, creían que con tan solo mirarla o usar el mismo sanitario podrían contagiarse de sida.

Al segundo o tercer día, Carlitos recibió el alta médica, y Cecilia comenzó a visitarlo en su hogar para saber cómo evolucionaba.

En el año que compartieron juntos, Cecilia siempre estuvo cerca de él, vivió toda su experiencia, su rechazo social. En una ocasión incluso los abuelos del niño visitaron el HUM y negaron su vínculo con él por vergüenza a lo que pensaría la gente. Sin embargo, más tarde se disculparon entre lágrimas por esa acción, algo que no olvida la odontóloga.

En ese lapso, Carlitos vio morir a su papá y a su mamá por la misma enfermedad. Y luego llegaría su turno.

Casi a los 5 años, el niño falleció. Pero Cecilia y el equipo de pediatría se encargaron de ofrecerle sus mejores meses: lo atendieron, alimentaron, jugaron con él, lo hicieron reír, lo hicieron sentir la alegría de la vida.

Pero aún después de la muerte, Carlitos seguía siendo discriminado.

—Nadie quería tocarlo. También creían que se iban a contagiar. Yo misma tuve que entrar a la morgue y envolver su cuerpo.

Y luego, en la funeraria, sobre la diminuta urna blanca que buscó, Cecilia lo miró fijamente y le hizo su promesa: “Voy a ayudar a todos los niños como tú, Carlitos, porque a ti te tocó la discriminación total”.

Innocens

La vida y muerte de Carlitos significó la razón por la que Cecilia creó la Fundación Innocens en 1994 y empezó a atender a todos los niños y adolescentes con VIH/SIDA del occidente de Venezuela.

Desde entonces, la fundación ha tratado un promedio de 300 pequeños al año y ha logrado que más de 2 mil niños nazcan sanos a pesar de venir de madres que son VIH positivo, entre los que destacan unos trillizos ya veinteañeros y profesionales.

Pero ahora el gran peligro es otro: el desabastecimiento de medicamentos debido a la crisis que afronta el país.

Con pesar, Cecilia muestra un estante en el que guardan las medicinas para los pacientes, y la cantidad solo alcanza para tres meses. Después de eso, no sabe qué va a pasar. Pero las lágrimas le brotan al imaginar un escenario.

—Es la primera vez que ocurre esto. Porque a veces faltaban medicamentos para los pacientes adultos, pero nunca para los niños.

A sus 73 años y con la espalda encorvada, Cecilia sigue asistiendo todos los días al piso 7 del HUM, donde está la fundación, para supervisar los programas que se mantienen, atender a los pacientes y cumplir la promesa que le hizo a Carlitos. Por él, por ella y por Venezuela

No Comments

Post A Comment